miércoles, 18 de febrero de 2009

Neblina


Neblina

Escarbaba la tierra, las uñas rotas, los dedos le sangraban. Sabía estaba en algún lugar del patio, él mismo la había enterrado. Pero, ¿dónde? Diagonal al sauce quizás, debió ser allí, recordaba que las sombras de unos brazos extendidos se mecían sobre el lugar. Sí, allí tenía que estar. Escarbó con más furia, con toda la fuerza de la que era capaz. De pronto, algo relucía desde el fondo, un brillo extraño le cegó y una carcajada reinó en medio del silencio de la noche, vestida de luna llena.

_¡Mi amor!, ven a ver estos árboles secos, mira qué formas extrañas tienen, -le decía ella- tomándolo por la cintura mientras la brisa los envolvía y la neblina tenue pasaba revoloteando entre las ramas del sauce que cada tarde lloraba sin consuelo_
Él, miró de reojo los troncos viejos, una media sonrisa hizo mueca en su rostro, una luz extraña, se encendió en sus ojos de mirada perdida. Sus manos sin control apretaron hasta romper el cuello de ella.

Cuentan los vecinos de la casa de la loma, la de los troncos en el jardín, esos que tienen formas extrañas, como humanas; la que nadie habita desde el día en que encontraron muerto al abuelo recostado al sauce, que cada anochecer se escucha un llanto entre los árboles, aunque no haya viento que los acongoje y sólo una niebla espesa se aposente en ellos.

Migdalia B. Mansilla R.
Agosto 18 de 2006

lunes, 9 de febrero de 2009

El espejo (cuento)



El espejo



La habitación a media luz, un perchero clavado en la pared, un reloj cucú que cantaba a deshora, las horas, algunos libreros, un secreter.
En un marco de caoba guindaba un espejo. Pasaban los días y alguna cosa extraña estaba aconteciendo. Alguien se asomaba desde el espejo. A veces sólo se atisbaba a ver, un perfil; otras veces, medio cuerpo. En alguna ocasión los ojos escudriñaban el cuarto, como tratando de encontrar lo que no se ha perdido. En otras, la imagen corría de un lado a otro jugando a no encontrarse.
Un día después de eternos días, el espejo se estremeció, una mano salía de él lentamente, desperezándose, luego los brazos, las piernas tambaleantes. El cuerpo cayó al piso, era una mujer, se sacudió la falda, alisó los cabellos y comenzó a buscar un estuche de madera forrado en fieltro rojo. Movió los libros, abrió las gavetas. Nada. De pronto el cuerpo comenzó a desfallecer, el tiempo se acababa. La hora marcada estaba llegando.
Volvió su mirada ya lánguida al secreter y recordó, detrás de las cartas, al final, sí, al final estaba el estuche, cómo era posible que lo hubiera olvidado. Como pudo con las fuerzas perdidas logró abrirlo. Allí estaba, reluciente, palpitante, lo tomó con cuidado, abrió su blusa de encaje blanco, metió su mano en el pecho y se colocó el corazón.
Se abre la puerta de la habitación y un haz de luz intensa la ilumina.
_Querida mía, al fin te encuentro. Te esperábamos para cenar. Qué joven y hermosa te ves. Pareces otra.
Ella, sonriendo lo toma del brazo y le sigue hasta el comedor.
La habitación vuelve a las penumbras, el cucú anuncia la media noche.
Desde el espejo un rostro cansado y viejo se asoma, tratando de encontrar la máscara que se le perdió.



Migdalia B. Mansilla R.
Fecha: ¿la fecha? depende, del cristal con que se mire.
Fecha: Enero 29 de 2006