En el día de mis cuarenta y un años, perdóname Gabriel, y que si pueden me perdonen también tus putas tristes,
no quise regalarme cualquier noche de amor, con una ajena, adolescente virgen.
(Yo jamás.
Eso es obvio.
Pero ¡qué hermoso inicio para un libro!)
La víspera en que nadie me cantara, esa muy repetida y ya de hecho intolerable cancioncita, que celebra sin causa este llegar al mundo, que no fue culpa nuestra ni buscamos; ni a la postre pudimos elegir,
estoy sentada.
Quieta en mitad de mí,
sola como es preciso,
escucho que el teléfono se revienta de timbres.
Sé que eres tú.
O lo invento,lo sueño, lo fabulo.
En este día apenas iniciado,
remontando el hastío de un Domingo
-cómo odio los Domingos!-
dejo que me entristezca no escucharte,
mientras te escucho hablar con otra voz,
diferente a la voz que reconozco y me sostiene.
El teléfono estalla.
Sé que eres tú.
(O lo sueño, lo fabulo, lo invento)
La rutina que implica mi silencio,
hace que este dolor se vuelva agua,
rellenando por fuerza y por costumbre,
el agujero hostil, en que me he convertido.
(Sin quererlo,
¿acaso sin notarlo?)
Un agujero y nada.
Un agujero roto.
Trsiteza descosida y miedos incompletos.
Rabia sin terminar.
Soy eso: un agujero....
O ¿alcanzará lo poco que me queda para llegar a ser, al menos,eso?
Reconozco las luces apagadas que me miran sin verme.
Antes allí,
fueron sus ojos,
un país misterioso y deslumbrante,
un puerto hecho de ala y horizonte.
Antes allí
sus ojos,
hacían volar los papalotes que olvide en el camino a este minuto.
Donde esas luces apagadas develan hoy la soledad,
la oscura decadencia de mi signo,
el peso inexorable de la ausencia, antes,
eran sus ojos; magia capaz de convencerme de que la magia existe.
Eran antes,
sus ojos,
la dulzura inocente que me brindo el otonho,a pesar de las muchas estaciones prestadas.
Eran sus ojos.
Antes.
El viaje impredecible a la nostalgia, abrazos tibiecitos que hacían mansa mi angustia.
Sus ojos.
Simplemente.
El teléfono suena, ya no sueño y hay un poco de mí que se despide.
Sólo esta oscuridad es lo que tengo.
El agujero triste que me ocupa.
La oscuridad.
Domingo cuesta abajo donde no me prodigo ni me cuento.
Antes eran TUS ojos.
Era la vida entera que bailaba.
Cargo sobre la espalda las luces apagadas,
que se roban lo cierto que tiene la esperanza,
tornándola en patético lamento pusilánime,
que es más cursilería que otra historia de amor,
y desamor.
Antes.
Eran tus ojos.
Ya es mañana.
Blanca Hernández
Cubana. Escritora.
OCTUBRE/12/2008