lunes, 2 de junio de 2008

El peso de la culpa /Cuento


Caminaba siempre cabizbaja, los hombros tirados hacia delante, como si fuera Atlas cargando sobre ellos el mundo, la tierra entera. Caminaba siempre arrastrando los pies, haciendo sonar las suelas de sus zapatos que ya acusaban el desgaste de tanto arrastre, los agujeros que se iban formando en los mismos, ya no protegían a los pies de la tierra, del agua, de las piedrecillas, de nada de lo que iba encontrando por los caminos que siempre recorría. Los mismos pasos, la misma vía, día tras día...
Se escuchaba la bulla en la calle, niños corriendo, jugando, gritando, mujeres y hombres que iban y venían con sus avatares, con su hacer diario, con sus vidas, pero ella no escuchaba el ruido, ella escuchaba sólo el silencio que habitaba en ella.
Procuraba no mirar a nadie, la gente había olvidado el sonido de su voz, el color de sus ojos y las formas de su rostro. A veces no hace falta morir para dejar de existir. Sólo el pulpero que le dio trabajo como aseadora, notaba su presencia, sabía que vivía en alguna parte, al final de la calle, que se llamaba Rosaura y que un día lejano ya, fue una mujer alegre y hermosa que tenía una vida por delante.
Rosaura, la amiga siempre fiel y presta, la que acompañaba al enfermo, la que bailaba sin descanso y era el alma de la fiesta. Era uno de esos seres que arrimaba siempre el hombro para ser apoyo o remanso de paz.
Un día, lleno de luz, Rosaura conoce a Ramiro, joven soñador, romántico, un hombre que creía que las estrellas eran del tamaño que se veían, que podía tomarlas y que cabían en la palma de su mano.
Ramiro y Rosaura se amaron , como se aman las parejas que sienten nacieron el uno para el otro. Se casaron y tuvieron un hijo al que llamaron Alí.
Hasta aquí esta es una historia común y corriente, una historia igual a tantas historias con el mismo vivir de cada día, pero Rosaura no sabía que había alguien más que soñaba con ella, que la perseguía, que la acechaba en noches de luna llena o al pasar por los mismos lugares, la plaza del pueblo, la Iglesia, el mercado. Sus ojos no tenían otro destino que no fuera Rosaura.
Una mañana fría Ramiro tuvo que emprender un viaje al pueblo vecino en busca de unos aperos para la granja del que era capataz. Rosaura quedó sola en la casa atareada como siempre en las cosas del hogar, Alí asistía a la Escuela. De repente, al mirar por una ventana se encontró con el rostro que siempre veía como una sombra en todas partes, la siguió hasta a la puerta y sin poderlo evitar la invitó a entrar a la casa. Traía Virginia un trozo de pastel de limón y un jarro de leche fresca. Rosaura azorada al principio la hizo pasar a la cocina donde se sentaron y comenzaron a compartir la merienda que Virginia había traído, le dijo que vivía dos casas más abajo y que trabajaba por las tardes en el consultorio del doctor del pueblo y que siempre la esperaba para verla pasar.
Rosaura se encontró con los ojos negros de Virginia y su rostro se encendió porque ni en Ramiro había visto brillo tan intenso, ni amor tan grande en el mirar. Nerviosas comieron el pastel y tomaron la leche y Rosaura descubrió que en siete años de casada había olvidado lo que era compartir con alguien un rato distinto, diferente, tan grato.
Así cada vez que Ramiro salía por las mañanas, Rosaura y Virginia pasaban las horas hablando, contando historias y compartiendo vidas. Hasta que un día de esos en que las horas no parecen horas, Rosaura y Virginia se besaron desatando los monstruos dormidos hasta entonces en ellas, absortas en su embeleso no se percataron de la llegada de Ramiro y Alí en el momento justo de aquel primer y único beso que hizo silencio en sus hombres y huída del pueblo a escondidas.
Virginia se fue, no volvió y Rosaura camina desde entonces por las calles del pueblo, cabizbaja, solitaria, con el peso de la culpa sobre sí misma, por el amor prohibido que vivió en un instante de toda su vida.




Migdalia B. Mansilla R.


Noviembre 2002

2 comentarios:

josé lopez romero dijo...

El amor no hace distingos cuando explota, los huecos del alma no son compartimientos estancos y la piel es llanura fértil para las caricias / hermoso cuento.

Pedro Pablo Pérez S dijo...

Lindo cuento, querida amiga. Un gusto poder disfrutar de todo como en botica. Insertaré el link en recomendaciones.

Un abrazo